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Realismo diplomático de hoy

  • Foto del escritor: Miguel Angel Rodríguez Sosa
    Miguel Angel Rodríguez Sosa
  • 28 oct
  • 6 Min. de lectura

Dudaba si titular esta nota Elogio del realismo diplomático o Elogio de la diplomacia realista. Opte por un título parecido a la primera opción, pues enfatiza la fuerza de la acción (-ismo, sufijo, del lat. suffixus: fijar por debajo. RAE). Colegí además que con frecuencia se tilda de diplomacia realista a una marcada por la derrota.


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El mundo actual, ese en el cual el llamado sistema internacional ha normalizado su existencia en estado de anomia, no obstante las pataletas decaídas de los organismos internacionales y –peor todavía- de aquellos con pretensión de supra-nacionales, como la Corte Internacional de Justicia o, pues viene mejor al caso, el sistema interamericano de derechos humanos dominado por el progresismo que pretende imponer su plataforma en versiones sucesivas –la última: Agenda 2030- y sucesivamente fracasadas, de inclusividad arborescente y proliferante de “derechos” al llamado de las modas del día.

 

En este mundo actual, que de seguro no es el que quisiéramos, pero es en cual vivimos y el único que tenemos, cualquier diplomacia, ese arte de comunicarse y negociar las relaciones entre estados de la manera más próxima a una situación pacífica, el realismo le impone guiarse por el aforismo “Habla suavemente y lleva un gran garrote, así llegarás lejos” (speak softly and carry a big stick, you will go far).


Se dice que es una expresión antigua de procedencia africana, posiblemente recogida por colonizadores de habla inglesa. No hay evidencia de ello. Lo que sí está documentado es que la introdujo en el terreno de las ideas políticas Theodore Roosevelt, el presidente estadounidense (1901-1909) cuando era todavía gobernador del estado de Nueva York, que la empleó primero en una carta dirigida a Henry L. Sprague, en una contienda a propósito de su exigencia de rendir cuentas, elevada a los senadores estatales de aquel entonces. Roosevelt aclaró –porque faltaba hacerlo- el sentido de la expresión empleada: “Si simplemente hablas en voz baja, el otro te intimidará. Si dejas tu bastón en casa, descubrirás que el otro no lo dejó. Si solo llevas el bastón y olvidas hablar en voz baja, en nueve de cada diez casos, el otro tendrá un bastón más grande” (If you simply speak softly the other man will bully you. If you leave your stick at home you will find the other man did not. If you carry the stick only and forget to speak softly in nine cases out of ten, the other man will have a bigger stick).

 

El hecho cierto es que Roosevelt convirtió el aforismo en un principio de la diplomacia que adquirió fama durante el tiempo en que los Estados Unidos de América ingresaron al escenario del imperialismo y cuando los precedentes europeos (inglés, francés) mostraban su decadencia, a la que acompañó con su temprano colapso el derrumbe del imperialismo ruso y del otomano.

 

En nuestros días –un siglo después-  el mundo experimenta el renacimiento de los imperialismos que se confrontan en una triada: los imperialismos soberanistas de Rusia y de EEUU ante el imperialismo “libremercadista” de China con el ocaso esforzadamente conseguido de la Europa suicidándose con el tósigo de su agenda globalista. Lo que conlleva a la nueva definición de zonas de influencia de los imperios, para nada exenta de escenas en las que los nuevos emperadores, Vladimir Putin, Donald Trump y Xi Jinping se muestran los dientes mientras se olfatean con ese escorzo canino típico, orientado a la necesidad de marcar territorio.

 

El estado actual de la cuestión a nivel global muestra los afanes de esos tres imperialismos por asegurarse la propia zona de influencia. Proceso complicado, sin duda, en el que Donald Trump quiere reclamar el lauro de apaciguar hasta siete guerras en varias regiones del mundo, entre ellas las de Azerbaiyán-Armenia, Serbia-Kósovo, Etiopía-Egipto, Ruanda-República Democrática del Congo e incluso la de Hamas e Irán versus Israel por la franja de Gaza. El hecho es, sin embargo, que no ha conseguido la pacificación que alardea y esos conflictos se mantienen en distintos niveles de latencia, o en estado de actividad focalizada.

 

Por su parte, Vladimir Putin no consigue apagar los fuegos de la guerra que libra con la OTAN por interpósita Ucrania, aunque hay fuertes indicios de que ese conflicto no va a escalar –como afirma alarmista la Unión Europea- básicamente porque EEUU no tiene interés en agobiar a Rusia y además la OTAN debe lidiar con sus disidencias internas en Europa, que son políticas (desde los gobiernos de Italia y Hungría), cargadas de prudencia (en los gobiernos de Alemania y Polonia) y con colores militares, como en el gobierno de Turquía (el principal poder militar de la OTAN europea) que hace su propio juego ante Rusia.

 

La China de Xi Jinping, muy atenta a contrarrestar los obstáculos que se le puedan enfrentar a su estrategia librecambista post-comunista, hace lo suyo en su respectiva zona de influencia manteniendo una paz caldeada entre India y Pakistán y asimilando el control de daños que pueda provenir de la pérdida de su peón en Nepal. Inclusive ha tenido que tolerar la intervención de Trump en el enfrentamiento armado entre Tailandia y Camboya, que consiguió un acuerdo de paz suscrito en Kuala Lumpur en este octubre pasado con supervisión de la ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático) cuyos gobiernos mantienen un status difícil de cooperación, siendo que algunos se alinean con los intereses de China y otros con los de EEUU en el área del sudeste asiático. Pero hay que resaltar que China en 30 años cuando menos no se ha involucrado en guerra alguna, directamente, como sí lo han hecho EEUU y Rusia, y en ambos casos con consecuencias ruinosas.

 

Una mirada panorámica permitirá observar y colegir racionalmente que los tres imperialismos del momento persisten en maniobras para consolidar sus propias zonas de influencia, no obstante que es una senda plagada de campos minados.

 

La cumbre celebrada el 15 de agosto pasado en Alaska, entre Trump y Putin, parece haber estabilizado la relación crispada de Rusia con EEUU respecto de Ucrania, culminando en una “listening exercise” (ejercicio de escucha) -un intento inicial de restablecer canales diplomáticos directos sobre la cuestión- que derivó en encargar a canales diplomáticos en Ginebra y Estambul las subsecuentes negociaciones para un eventual acuerdo de paz.

 

Pero la cumbre de Alaska no ha conseguido lo mismo acerca de Venezuela y Cuba, donde los intereses de Rusia colisionan con los de EEUU reclamando la hegemonía incuestionable de su propia zona de influencia: América y sus espacios marítimos e insulares adyacentes. Tal vez Trump haya elegido respecto de Cuba dejar que su situación ruinosa derive hacia la implosión del castro-comunismo famélico de Díaz-Canel, en la expectativa incierta de que en un futuro próximo Rusia abandone lo que a todas luces en un sobre compromiso suyo fuera de su propia zona de influencia. Después de todo, Cuba es una isla y Trump podría tolerar otro caso de estado fallido en El Caribe, que ya tiene a Haití en esa condición.

 

No parece que sucederá algo parecido con relación a Venezuela, país grande y continental. De seguro Trump debe haber advertido que, a la caída del sátrapa Nicolás Maduro –rehén de sus propias bandas criminales en el poder- podría suceder una versión extremadamente lamentable de otro Irak post-Saddam Hussein, con el impagable costo de desestructuración política y social (y hasta de secesión) que eso implique en un país que quedaría librado a luchas entre gobernanzas criminales sucesoras de Maduro. Trump debe ser consciente de que los propios venezolanos han sido y siguen siendo incapaces de liberarse de su tiranía, y no repetiría la desastrosa experiencia jugada por Jay Montgomery Garner y luego por L. Paul Bremer, que con su “desbaazificación” de Irak arruinaron la recuperación del país… hasta hoy.

 

Volviendo al tema inicial de esta nota, el del realismo diplomático, todas las señales confluyen en apuntar a que Donald Trump ha reactivado la prédica de Teddy Roosevelt, esa que fuera la de “Habla suavemente y lleva un gran garrote, así llegarás lejos”. Pero en estos tiempos de las conciencias ganadas por los códigos de lenguaje de los mass media vocingleros y chirriantes formando corrientes de opinión, el lenguaje modoso ha perdido lugar y el garrote emblemático es sustituido por las armas de la persuasión coercitiva que amenaza mejor. Habrá que ver lo que suceda a eso que ahora atestiguamos en los términos renovados del realismo diplomático.

 
 
 

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